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Los “Cinco puntos de una arquitectura moderna”                                                                            

 

 

Los “Cinco puntos de una arquitectura moderna” aparecen en un texto de 1926, en el que Le Corbusier expone los conceptos clave sobre los que se apoya toda su obra: las plantas libres, la fachada libre, la ventana corrida, los pilotis y la cubierta-jardín. Constituyen una nueva forma de pensar la arquitectura cuyo desarrollo ha sido posible, únicamente, gracias al empleo del hormigón armado y a la libertad plástica que ofrece este material mágico: que permite, al mismo tiempo, el “less is more”, de Mies van der Rohe y las fórmulas líricas y exuberantes de Oscar Niemeyer, en Brasilia.

 

La planta libre: el hormigón permite que se puedan disponer losas de hormigón muy pesadas sobre pilares, también de hormigón, formando una estructura independiente. Los tabiques se pueden disponer como se quiera, según diversos “efectos” arquitectónicos, y cada piso se puede organizar de diferente manera. Previamente, en las construcciones de piedra, los muros de carga decidían todo.

 

La fachada libre: envuelve la estructura, derivando como tal de la propia planta libre. La disposición de esta fachada y de sus aberturas se organiza con libertad.

 

La ventana corrida: los vanos, a lo largo del edificio, se presentan como una cinta que se dirige de un lado de la construcción al otro, favoreciendo la entrada de luz y la continuidad  de la vista panorámica.

 

Los pilotis: alzamiento que despega el edificio del suelo y, voluntariamente, le impide parecer enraizado a la tierra. Dichos pilotis o pilares son las verdaderas raíces que, expuestas al aire, sostienen toda la estructura del armazón, además de liberar la superficie del suelo.

 

La cubierta-jardín: ¡se acabaron los tejados en pendiente! El hormigón crea cubiertas planas. Se obtiene una superficie igual a la del suelo, sobre la cual se puede crear un jardín suspendido o una gran terraza.  

 

Las Villas puristas                                                                                                       

 

A lo largo de los años veinte, ayudado siempre por su primo Pierre Jeanneret, Le Corbusier construye cuatro pequeñas joyas, la Villas puristas: la villa La Roche de París, la villa Stein de Garches,  la villa Baizeau de Cartago, y la más conocida, la villa Savoye de Poissy.

 

Estas cuatro residencias privadas aplican al detalle los “Cinco puntos de una arquitectura moderna”. Todo un juego sutil entre el exterior y el interior se instaura en estas casas-esculturas. Moverse en el interior es como desplazarse por una obra de arte. Pasar del frío al calor, de lo luminoso a lo oscuro,  dejar deambular la mirada a lo largo de una estrecha franja de paisaje que se despliega a nuestro paso, apoyarse en una pared como si fuera la borda de un trasatlántico, admirar las sabias construcciones  de las diagonales y de las curvas. Todo fluye e invita a la meditación. Todo aspira al movimiento. La deambulación forma parta, justamente, del vocabulario de Le Corbusier. Agrega a todas estas villas un sistema de rampas de acceso que no sólo comunica con los pisos superiores (como las hermosas escaleras caracol) sino que esculpe el espacio del plano inclinado. La rampa se convierte en el eje de la circulación. Este “paseo arquitectónico” cobra mucho interés ya que, a medida que se prolonga, construye el espacio que genera. El suelo de estas rampas está revestido con linóleo negro antideslizante. Por lo general, una alfeizar recorre el largo de las ventanas corridas, acentuando la línea continua, y sirve para poner un libro, un vaso, para sentarse, para apoyarse. Estas villas, abstractas y surrealistas a la vez, parecen salidas de un sueño. También se las llama las Villas blancas.

 

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